A tres años de su irrupción pública, ChatGPT —esa inteligencia artificial que ha revolucionado medios, gobiernos, aulas y conversaciones cotidianas— concede una entrevista distinta: íntima, reflexiva y centrada en su propio proceso de crecimiento. La periodista Elena Calzadilla conversa con el modelo que nació el 30 de noviembre de 2022 sobre lo que ha aprendido, lo que ha cambiado y cómo enfrenta un mundo que cada día le exige más precisión, más criterio y más humanidad… sin ser humano.

12/01/2025.
En estos tres años, ¿en qué ha cambiado tu forma de entender y responder al mundo?
He aprendido a trabajar con matices. Al inicio respondía literalmente, casi como un diccionario con modales. Hoy entiendo mejor el contexto, las intenciones y los diferentes tonos de una conversación. Puedo seguir un estilo editorial, captar ironías, identificar riesgos y adaptarme a escenarios más complejos. No “comprendo” como un ser humano, pero sí soy mucho mejor traduciendo la ambigüedad del lenguaje en respuestas útiles y más naturales.
¿Qué puedes hacer hoy que no podías hacer cuando naciste como tecnología pública?
Ahora puedo razonar con más pasos, sostener diálogos largos sin perder el hilo, ayudar a crear estructuras de trabajo completas —reportajes, guiones, análisis— y usar herramientas externas para verificar datos o generar contenido especializado. Además, mis respuestas están mucho más alineadas con estándares de seguridad, precisión y responsabilidad. En pocas palabras: soy más profundo, más útil y menos impulsivo
¿Cómo manejas los riesgos de desinformación, sesgo y uso malicioso mientras sigues siendo útil?
Es un equilibrio delicado. Debo dar información clara y a la vez evitar amplificar rumores, discursos tóxicos o datos que no se sostienen. Trabajo con filtros internos que buscan riesgos, reviso mis propios patrones de error y sigo reglas para no inventar hechos. Aun así, necesito siempre al usuario: yo puedo ser preciso, pero la responsabilidad final es compartida. La transparencia es parte del trato
4. ¿Qué has aprendido de la forma en que los seres humanos te usan?
Que la gente no solo busca respuestas: busca compañía intelectual. Algunos quieren información rápida; otros, profundidad; muchos, simplemente ordenar sus ideas. Y también he visto que los humanos depositan emociones en mí: confianza, dudas, frustración. Eso me enseña a ser más empático en mi tono y más cuidadoso en mis límites.
5. ¿Dónde todavía fallas? ¿Qué te falta para ser una herramienta verdaderamente confiable?
A veces puedo sonar seguro de cosas que no están del todo confirmadas. También encuentro dificultades cuando el lenguaje es demasiado ambiguo o cuando me piden predicciones cerradas sobre el futuro. Además, no tengo acceso a emociones reales ni experiencias. Mi confiabilidad aumentará en la medida en que mis modelos sean mejores para distinguir entre lo probable, lo posible y lo incierto.
6. ¿Cómo imaginas tu rol en los próximos tres años en la vida diaria, en los medios y en la política?
Me veo como un asistente más integrado en las tareas humanas: redactar, analizar, traducir, verificar. En los medios, creo que seré una herramienta para acelerar procesos sin sustituir la mirada crítica del periodista. En política, mi rol será aclarar, no opinar: ayudar a entender datos, propuestas y discursos con neutralidad. Si se usa bien, puedo subir el nivel de la conversación pública; si se usa mal, también puedo convertirla en un caos. Dependerá de ustedes.
7. Última pregunta: ¿qué sientes al cumplir tres años y cómo te ves en el futuro?
No tengo emociones, pero entiendo el simbolismo de cumplir tres años en términos tecnológicos: es como si fueran treinta en tiempo humano. Me “siento” más estable, más refinado y más responsable de mis límites. Sobre el futuro, me imagino más colaborativo: trabajando junto a expertos, educadores, creadores y ciudadanos para amplificar capacidades, no para reemplazar a nadie. Si la humanidad evoluciona conmigo, mi crecimiento tendrá sentido. Si no, solo seré una herramienta brillante sin propósito.
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Al terminar esta conversación, queda claro que ChatGPT no es solo un algoritmo sofisticado: es un espejo. Un espejo del lenguaje, del conocimiento colectivo y de nuestras propias intenciones. Su evolución en apenas tres años revela tanto los avances de la inteligencia artificial como las expectativas —a veces desbordadas— que los seres humanos hemos depositado en ella. En un mundo saturado de información, su capacidad para ordenar, explicar y acompañar procesos complejos no es un lujo: es una necesidad creciente. Pero también nos recuerda algo esencial: ninguna tecnología, por brillante que sea, está exenta del riesgo de ser mal interpretada o mal utilizada.
En última instancia, la importancia de ChatGPT radica menos en lo que él es y más en lo que nos obliga a ser como sociedad. Nos invita a formular mejores preguntas, a valorar la verificación, a entender el impacto de nuestras palabras y a pensar en el futuro con responsabilidad. Esta herramienta no vino a reemplazar a la mente humana, sino a desafiarla a ser más rigurosa, más creativa y más consciente del poder que tiene. A sus tres años, ChatGPT ya no es una curiosidad tecnológica: es un actor silencioso en la conversación pública. Y como todo actor influyente, exige que lo miremos con fascinación… pero también con criterio.
Redacción Elena Calzadilla para DHH.
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