En Chiclayo: «Al Padrecito Roberto le gusta hablar de fútbol y es de muy buen diente»
En la ciudad donde fue obispo, no se tienen ninguna duda de que este Papa es más peruano que otra cosa

05/09/2025. Reportaje especial de elmundo.es
«Que hombre tan humilde, es la palabra que mejor le define. El obispo también venía a comer con nosotros en el comedor popular de la iglesia. Y tantas otras cosas». El testimonio de esta mujer, una de las trabajadoras del Obispado que ha compartido tantos almuerzos con León XIV, se suma al torrente de orgullo que se desbordó el jueves cuando la fumata blanca y las primeras palabras del Papa situaron a Chiclayo, capital de la norteña Lambayeque, ante los ojos del mundo.
«Mi querida diócesis de Chiclayo, en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo (entre 2015 y 2023), ha compartido su fe y ha dado tanto», ponderó el nuevo papa para regocijo de chiclayanos y peruanos. Y en español, no en inglés, su lengua natal, pero no la de su corazón.
De Chicago a Chiclayo, inmortalizó de inmediato la Embajada de EEUU en Perú la travesía vital del Padrecito Roberto, como todavía le llaman en la Ciudad de la Amistad. Más Padrecito que monseñor, por su cercanía a un pueblo que todavía se tiene que acostumbrar a llamarle Papa a este misionero humilde, austero, carismático pero introvertido, según los testimonios recogidos por EL MUNDO.

En Chiclayo no tienen duda ninguna: el nuevo Papa es más peruano que otra cosa, por corazón y porque estuvo más de media vida en estas tierras. Lo mismo ocurre en Chulucanas, pueblo cercano a Piura donde el joven Robert Prevost debutó como misionero, recién llegado en 1985 de su natal EEUU tras terminar sus estudios. Y Trujillo, también en el norte, y en el puerto del Callao, cercano a Lima.
Cuatro décadas en territorio peruano y el documento nacional de identidad concedido en 2015 certifican que el segundo Papa americano de la Iglesia Católica es un latino más.
Los múltiples testimonios surgidos ayudan a medir la envergadura humana del sucesor de Francisco, el santo del norte, como también le llaman por aquí por su incansable labor en pro de los más desfavorecidos. Hoy todos le reivindican llevados por el orgullo en esta ciudad costera. No basta con decir, como tantas veces, que el obispo dejó huella, estereotipo insuficiente para retratar en toda su dimensión el legado dejado por Prevost en Chiclayo, que abandonó hace apenas dos años para acudir al llamado de Bergoglio.
Fue precisamente Francisco, durante el precónclave de 2013, quien disertó sobre las periferias, la geográfica, la religiosa y la social. Y si según su idea Buenos Aires y sus villas miseria formaban parte de esa periferia, qué decir de Chiclayo, a 768 kilómetros de Lima, a 521 de la frontera con Ecuador. El Padrecito Roberto vivió en el Obispado, colindante a la catedral de Santa María, en una de sus habitaciones, austera, con un enrejado como seña distintiva. Tan alejado de los palacios suntuosos que tanto han minado la fe de los creyentes.
Su trabajo estaba fuera de esos muros, donde más hacía falta, donde el dolor y el hambre son tan cotidianos que parecen la vida misma. Nelson Segura trasladó al entonces monseñor a zonas populares, como La Victoria. «Le gustaba hablar de fútbol, se quejaba del desastre de nuestro equipo, el Ciclón del Norte (club Juan Aurich), que ha bajado de categoría», rememora este chófer. En sus recorridos jamás le mencionó sobre la conquistas de los Bulls de la NBA o de los Clubes de las Grandes Ligas, ambos de su ciudad. Su corazón ya había cambiado.
«Eso sí, es de muy buen diente, le encanta el ceviche que hacemos aquí, el arroz con pato y el cabrillo. Pero nunca le veías en restaurantes caros o elegantes, incluso muchas veces comía en el comedor popular que la Iglesia tiene junto al Obispado», confirma Segura.
«Siempre dadivoso, nos ayudaba a todos», añade María, que vende sándwiches y avena a pocos metros del Obispado. El Padrecito también se entregó en ayuda de los emigrantes venezolanos, llegados de forma masiva hasta la ciudad norteña en su huida del chavismo. Monseñor creo refugios para los exiliados de Venezuela, más de un millón y medio en todo el país andino, que se sumaron a la red de comedores sociales que también puso en marcha.

Las historias personales pasan de boca en boca y son tantas que pareciera que había varios obispos Prevost en vez de uno solo. «El hombre con olor a oveja», como dice el actual obispo, Edinson Farfán, para destacar su constante labor entre los más necesitados. La iglesia de Prevost no era de puertas abiertas: simplemente no tiene puertas.
Así lo demostró cuando sobre Chiclayo cayó como una plaga bíblica la pandemia del covid, con imágenes muy parecidas a las que se vieron en Guayaquil, en la vecina Ecuador, con cadáveres arrojados a las calles que nadie podía recoger. Fue entonces cuando surgió la figura del monseñor Roberto. «Inolvidable», coinciden unos y otros. El obispo, con mascarilla incluida, recorrió las calles de Chiclayo con cuatro sacerdotes, bendiciendo desde la distancia a sus gentes. Parecían procesiones apocalípticas.
«Monseñor se propuso construir una planta de oxígeno para combatir el covid y al final logró instalar dos. Cómo imaginar lo que puede conseguir ahora para todo el mundo», describe con esperanza el sacerdote Fidel Purisaca a las puertas del Obispado. La iniciativa del oxígeno salvó la vida a cientos de pacientes en el peor momento de la pandemia. En sus interminables recorridos de entonces por los hospitales regalaba rosarios bendecidos por Francisco a los enfermos contagiados de covid.
Si hay una pócima de difícil mezcla es esa que junta carisma y humildad. De ambas va sobrado Prevost, como se constata en los múltiples archivos que han surgido en estas horas en las redes sociales, como cuando en la Navidad de 2014 no dudó en aportar la versión gringa del Feliz Navidad, micrófono en mano, para deleite de los chicos de la parroquia.
Más emotiva fue la despedida realizada por sus feligreses hace dos años, cuando Francisco decidió que Prevost encabezara como prefecto el Dicasterio para los Obispos, trascendental porque marca la línea de gobierno de la Iglesia: selecciona a los nuevos obispos antes de la decisión papal.
León XIV abandonó Chiclayo pero no a sus gentes: impulsó una campaña exprés en favor de los damnificados por las lluvias torrenciales. Y en 2023 fue nombrado cardenal, una carrera meteórica para el tapado de Francisco, quien además ha encabezado la lucha en el Vaticano para que se reconozca el milagro eucarístico de Ciudad Etén, en Chiclayo, el único de este tipo en Perú. El nuevo Papa presentó ante la Santa Sede 20.000 testimonios de fe recogidos del supuesto milagro sucedido en 1649, cuando el Niño Jesús apareció en una hostia consagrada. Desde entonces el Niño del Milagro es venerado en Perú.
«Estamos entusiasmados, felices. Es lo mejor para Chiclayo y para él, alguien que hizo tanto por la comunidad. Por eso está usted aquí, porque los ojos del mundo nos buscan desde hace unas horas», redondeó a este corresponsal Alberto Berrillas, 30 años vendiendo periódicos a pocos metros de la Catedral. «¡Papa Nativo!», gritaba en su portada uno de los diarios. Para este sábado está programada una gran misa de acción de gracias a las afueras de la catedral.