La ciudad amazónica de Belém se ha convertido en el epicentro del debate global sobre políticas climáticas, albergando la trigésima edición de la Cumbre del Clima (COP30) con un llamado urgente a la «acción y la esperanza» como remedio ante el escepticismo. Después de que Brasil organizara la primera cumbre climática hace poco más de 30 años en 1992, poniendo sobre la mesa la necesidad de actuar, el país vuelve a ser anfitrión mientras el mundo registra un auge inédito de desastres naturales.

11/10/2025. Desde la inauguración oficial, el tono ha sido de exigencia. El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, instó a los países a «elevar la ambición» de sus políticas climáticas y a «dejar atrás a aquellos que promueven el negacionismo y las guerras». Esta declaración fue una clara alusión a las políticas anticlimáticas impulsadas por figuras como Donald Trump. Lula también demandó a los gobiernos del mundo que refuercen sus compromisos, cumplan las promesas hechas y avancen en planes de reducción de emisiones, movilización de fondos para programas climáticos y el despliegue de iniciativas de adaptación a escala global.

La filosofía del ‘Mutirão’ frente a la fractura global
André Correa do Lago, presidente de la COP30, enfatizó que esta cumbre «ya no se puede permitir una cumbre basada en promesas y buenas intenciones», sino que debe estar enfocada en «soluciones, en acciones concretas y, sobre todo, en la ambición». El espíritu guía, según Correa, debe ser la «filosofía de la mutirão«, una palabra indígena que invita a superar las divergencias y trabajar conjuntamente por el bien común.
Sin embargo, la cumbre arranca bajo la sombra de la división internacional. Mukhtar Babayev, presidente de la conferencia anterior (COP29 en Bakú), manifestó su preocupación por las grietas en los mecanismos de cooperación internacional y urgió a los países a «reforzar el espíritu multilateral». En este contexto, un informe reciente constató que Estados Unidos, durante el gobierno de Trump, acumuló una deuda estimada de casi ocho millones de dólares con la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (el organismo organizador), una deuda que, al menos por ahora, no parece que será saldada.
A pesar de los desafíos, Simon Stiell, secretario ejecutivo de la Convención Marco, apeló a la esperanza, señalando que «la curva de emisiones está empezando a descender» gracias a acuerdos previos. No obstante, advirtió que «aún falta mucho por avanzar» en mitigación, adaptación y financiación climática, sentenciando que «lamentarse no es una opción».

Una agenda ambiciosa desde el corazón del Amazonas
La agenda de negociaciones, desplegada por Correa, es considerada una de las más ambiciosas de los últimos años. Los temas centrales incluyen:
- El refuerzo de los planes nacionales de reducción de emisiones para limitar el calentamiento global por debajo de la línea roja de 1,5 grados de media.
- El avance en una hoja de ruta global sobre adaptación climática.
- La movilización de hasta 300.000 millones de dólares al año para ayudar a los países del sur global a enfrentar los efectos del caos climático.
En el plano oficial, Brasil intentará liderar la transición energética presentando un «mapa del camino» que incluya criterios claros y señales financieras, además de discutir indicadores para la Meta Global de Adaptación (GGA).
El retorno efervescente de la protesta Ecosocial
Una de las grandes novedades de la COP30 es el regreso de la efervescencia social y las protestas sin restricciones. Tras encuentros previos en Sharm el-Sheikh, Dubái y Bakú donde se impusieron restricciones y mecanismos de censura, Belém marca el primer evento en casi un lustro donde los activistas han vuelto a «gritar sin miedo». Se espera la llegada de más de 50.000 personas de casi 200 países.
Durante la inauguración, plataformas ecologistas proyectaron un enorme reloj de arena rodeado por una serpiente sobre la fachada de la cumbre, junto al lema: «se acabó el tiempo, es hora de que los grandes contaminadores paguen».
La movilización incluye al menos nueve marchas confirmadas, como la Marcha Global, la Marcha Indígena y la Barqueata de los Pueblos, además de diez acciones directas de alto impacto. Los manifestantes buscan visibilizar a los más afectados por la crisis, como los pueblos de la selva y las comunidades periféricas.
Daniel Valdovinos, de la Caravana Mesoamericana por el Clima y la Vida, destacó el papel crucial de los pueblos originarios, afirmando que «son las soluciones a la crisis climática». Otro punto central de la protesta es la justicia en la distribución del financiamiento, cuestionando el «sometimiento y el saqueo de la deuda pública» que afecta al sur global.
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El foco en las periferias amazónicas
La localización de la cumbre en Belém, una ciudad amazónica donde la desigualdad es visible, ha centrado la narrativa en los temas locales. La COP30 está dividida en tres zonas: la zona azul (negociaciones diplomáticas), la verde (empresas y gobiernos locales), y la nueva zona amarilla, organizada por la coalición ‘COP das Baixadas’. Esta zona busca destacar los temas de las periferias amazónicas y denunciar el racismo ambiental, intentando acercar el debate climático a la población local.
Como símbolo de esta lucha, una caravana de 300 personas completó un trayecto de 3.000 kilómetros por la «Ruta de la Soja» desde Mato Grosso hasta Belém. Esta movilización puso de manifiesto los impactos socioambientales del proyecto Ferrogrão, una vía férrea que, según estudios, podría causar la deforestación de hasta 49.000 km² de selva amazónica.
En Belém, el verdadero pulso de esta cumbre se sentirá en las calles, donde miles de manifestantes exigirán que el debate climático deje de ser exclusivo de gobiernos y corporaciones, buscando salvar el planeta desde la cuenca del Amazonas.
Redacción Albitrio Fabrepe para DHH.
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