La región frente al 2023: Lula, clave
Opinión de Rosendo Fraga
En el marco del siglo XXI, América Latina se ha caracterizado por ser la región del mundo más afectada por el crimen organizado, la más desigual en términos sociales y la que ha crecido menos.
Esta situación se ha agudizado más a comienzos de la tercera década del siglo, al converger los efectos de la pandemia, con los de la guerra en Ucrania y la incertidumbre económica global.
Pero en lo político, el desafío es la gobernabilidad. Es decir, lograr que una región en la cual predominan democracias imperfectas,- como se las suele denominar en ámbitos académicos de EEUU y Europa,- se logre administrar y encauzar los conflictos que afloran y subyacen.
Las protestas violentas en las calles que desde 2019, afectaron a Chile, Colombia, Ecuador y Perú, fueron un llamado de atención sobre la crisis de la representación política, que los triunfos electorales del “progresismo” ya muestran limitaciones para resolver.
Chile fue el éxito económico de América Latina en los años noventa, como Perú lo ha sido en los comienzos del siglo XXI y son los países que han sufrido las crisis de gobernabilidad más dramáticas. Los regímenes autoritarios, como Venezuela, Cuba y Nicaragua, no se han democratizado y revitalizan la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA),- fundada por Fidel Castro y Hugo Chávez en la primera década del siglo,- frente a la crisis peruana.
Pero hay problemas que vienen de afuera. La derecha populista que ha crecido en las democracias desarrolladas influye en la política regional. Trump precedió a Bolsonaro. Quienes perdieron las elecciones frente a los candidatos “progresistas” no fueron del centro-derecha tradicional o conservadores moderados. En Perú, Colombia, Chile y Brasil, son expresiones de la derecha populista y no del conservadorismo moderado.
El modelo de alternancia entre centro-derecha y centro-izquierda que representaron en España los “Pactos de la Moncloa” hoy ha perdido vigencia. La reciente crisis entre el Parlamento y el Tribunal Constitucional lo pone de manifiesto.
En 2023, tendrán lugar tres elecciones presidenciales en América Latina: abril en Paraguay, junio en Guatemala y octubre en Argentina. Los dos primeros son países tradicionalmente gobernados por fuerzas de centro-derecha. La tercera es ideológicamente oscilante, más allá de la hegemonía peronista. En 2015 el triunfo de Macri inició un giro de centro-derecha regional y en 2019 lo hizo hacia el progresismo.
En la política exterior, el aislacionismo de Bolsonaro generó un vacío de liderazgo regional, que ha ocupado el Presidente mexicano Andrés López Obrador, considerado un “populista” por sus opositores. El exilio que brindó a Evo Morales y el que ofreció a Pedro Castillo lo confirman.
En materia de relaciones internacionales, la pugna entre EEUU y China seguirá dominando la región y la guerra de Ucrania traerá más consecuencias económicas, pero no alineamientos estratégicos.
Pero el 1 de enero inicia su tercer mandato en Brasil Lula, arquetipo de “progresismo moderado” que corona el giro electoral en esta dirección de la región. Es el país que por su dimensión, puede ejercer el liderazgo, al que algunos adjudican el adjetivo de “benevolente” y otros lo consideran un “factor de equilibrio”.
Su agenda inmediata tiene por delante la crisis del Mercosur, iniciada por la negociación de Uruguay con China para un Tratado de Libre Comercio y ampliada por un eventual acuerdo con el Tratado Transpacífico. A ello se suma la oportunidad de concretar el acuerdo comercial con la Unión Europea, que impulsa España para el segundo semestre cuando ocupe la presidencia “pro tempore” de la UE.
La posibilidad de revitalizar la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), desactivada en la década pasada por los gobiernos de centro-derecha, estará en la agenda. De los 12 gobiernos que la integraban, ahora sólo 3 los tienen alineados con los EEUU, Ecuador, Paraguay y Uruguay. Pero tendrá que realizarse no sólo sobre la afinidad política, sino también sobre temas concretos, como sería un plan de infraestructura sudamericano.
La CELAC,- integrada por todos los países de América Latina y el Caribe, excluidos EEUU y Canadá, será otro ámbito de protagonismo para Lula, quien volverá a poner a Brasil dentro de la entidad de la cual estuvo ausente durante la presidencia de Bolsonaro. Hasta 2022 había sido interlocutor regional de China, pero ahora ha comenzado a serlo de la Unión Europea. El presidente argentino aspira a ser reelecto como Presidente pro tempore, pero los países del Alba han propuesto que sea uno de ellos, el primer ministro de San Vicente y las Granadinas.
Los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que reúne a las potencias emergentes, es un ámbito donde Brasil actúa como “actor global”. Frente a la invasión a Ucrania, no la han avalado, pero no se han sumado a las sanciones económicas de la OTAN y sus aliados. La Argentina busca ser aceptado como miembro pleno desde hace una década y en ello Brasil tendrá opinión.
Por último está la pertenencia al G20 que reúne a 19 países del mundo y la Unión Europea, que se reúne en India en 2023. Lo integran 3 países latinoamericanos: Brasil, México y Argentina, que no siempre actúan coordinadamente en este ámbito. Pero la voz del presidente brasileño ahora se hará oír más. Cabe recordar que UNASUR, CELAC, BRICS Y G20, se gestaron en los ocho años de las dos primeras presidencias de Lula.