Excapo del cartel de Medellín Carlos Lehder: Pablo Escobar lo llevó a la cárcel y financiaron campañas presidenciales
La complicidad entre los capos del narco y los líderes políticos de América Latina y el Caribe, en particular Cuba, fueron claves para el ascenso, posicionamiento y expansión de los carteles colombianos en la década de 1980, según se extrae de Vida y muerte del cartel de Medellín, el libro publicado por Penguin Random House, con las memorias de uno de sus ex jefes, Carlos Lehder.
01/14/2024. Con apenas 24 años, Lehder disponía de recursos y capitales más allá del dinero, esto es, educación, cultura, dominio de otros idiomas, visa americana, capacidad y conocimiento de cómo moverse internacionalmente. Transcurridos casi 50 años, incluidos 33 años en una cárcel de Estados Unidos, el colombiano de padre alemán reside ahora en Fráncfort: «contrito, rehabilitado, obediente de las leyes y, por fin, libre», dice.
Carlos Lehder, uno de los actores más visibles del cartel de Medellín, da cuenta, por primera vez, de las relaciones económicas millonarias que establecieron, él y sus socios, con los Gobiernos de Cuba, Panamá, Nicaragua y Bahamas. Los mandatarios de esas naciones no ocultaron su apetencia de dólares y la avidez por participar en alguna medida del gran negocio del narco y sus beneficios. Los carteles compraron la complicidad revolucionaria de la Cuba castrista o la Nicaragua sandinista.
Carlos Lehder da cuenta, por primera vez, de las relaciones económicas millonarias que establecieron, él y sus socios, con los Gobiernos de Cuba, Panamá, Nicaragua y Bahamas
El joven narco comprendió tempranamente la importancia de las relaciones con el poder para ampliar el negocio y extender el emporio criminal por la vía de la conquista y el dominio de territorios mediante la «diplomacia de la droga» y la seducción del poder político. Lehder tuvo su reino en Bahamas y Pablo Escobar en Panamá. Más adelante, Nicaragua devino en mejor destino, mucho más seguro gracias al emergente Gobierno revolucionario.
Durante casi ocho años, Lehder fue dueño y señor del tráfico de drogas en Bahamas, según recoge la revista colombiana Semana de las memorias del otrora narco. Fue la declaratoria de guerra del presidente Ronald Reagan contra las drogas la que fracturó su alianza con las autoridades de ese archipiélago a tan solo 170 kilómetros de Miami. Regresó a Colombia y avanzó con la Cuba de Fidel Castro. En La Habana le abrieron las puertas y, prácticamente, le extendieron una alfombra roja: «necesitamos dólares», le dijeron.
El poder cubano se asoció con Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha, alias El Mexicano, gracias a la habilidad negociadora de Lehder, quien narra que «la dictadura castrista, por intermedio de la agencia de inteligencia y operaciones especiales de La Habana» le extendió «una invitación formal a visitar la isla, con todos los gastos pagos por el Gobierno».
Fue recibido en su primer viaje de «negocios» por «un grupo de oficiales vestidos de civil». Cuenta: «En una sala de espera conocimos a los jefes de esta misión, liderados por el coronel Antonio de la Guardia, jefe de la Corporación Cimex, agencia de ‘operaciones especiales’ de la dictadura castrista».
Lehder aclaró que necesitaba a Cuba para el contrabando de droga y la respuesta no se hizo esperar. Le abrieron la puerta para ese inmenso negocio: «Por ahora, solamente le puedo confirmar que necesitamos todos los dólares que podamos conseguir», le dijo supuestamente Tony de la Guardia.
Lo autorizaron a usar «Cayo Largo, una isla de veinte kilómetros de extensión, con una buena pista de aterrizaje, ubicada a cuarenta kilómetros del puerto de Cienfuegos». La Cimex «necesitaba recibir cinco millones de dólares en efectivo para cubrir los gastos del Gobierno». A cambio, le ofrecieron «las habitaciones que requiera en el segundo piso del hotel para residir allí con sus trabajadores; además, abriremos la cocina. No sabemos cuánta cocaína usted traerá a la isla, pero mientras más sea, mucho mejor; solo tendríamos que negociar el precio por kilo aterrizado».
Lehder quería una relación directa con los Castro y pidió que le presentaran a Raúl, entonces ministro de la Defensa. Previo al encuentro recibió instrucciones: «El protocolo obliga a respetar estrictamente el tiempo. Son cuatro minutos máximo para saludo de mano, frase de cortesía y despedida. Usted no mencionará su nombre propio».
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Le quitaron el pasaporte, lo llevaron a una sala y, tras ser anunciado, apareció «un hombre de gafas que, mirándome astuta y fijamente, me dijo: ‘Mucho gusto, bienvenido a Cuba libre’, me saludó y me extendió su fría mano con el gesto glacial del potentado que saluda a un lustrabotas», cita Semana.
Las lacónicas palabras de Raúl Castro, que en apariencia nada tenían que ver con el negocio, cerraron el acuerdo mafioso. «Aquí en Cuba hemos logrado muchísimos avances en educación, medicina y agricultura. Nuestro comercio está creciendo, a pesar del bloqueo yanqui; la Revolución cubana es invencible. Disfrute su estadía. Puede retirarse», se extrae de las memorias de Lehder.
Las lacónicas palabras de Raúl Castro, que en apariencia nada tenían que ver con el negocio, cerraron el acuerdo mafioso
Se hicieron muchos envíos a la Isla. El coronel De la Guardia los trasladaba desde allí hasta Bahamas. Lehder mantenía contactos y complicidad con el poder político en ambos lugares. El negocio florecía con participación directa del entorno de Fidel Castro, hasta que las sospechas de los servicios de inteligencia de Estados Unidos obligaron al régimen a suspender esas operaciones. El propio dictador decidió enjuiciar y fusilar, en 1989, a cuatro de los oficiales implicados, incluyendo el general Arnaldo Ochoa y Tony de la Guardia.
Diez años antes, Lehder empezó a interesarse por Nicaragua, donde tomó el poder la guerrilla sandinista, encabezada por Daniel Ortega y sostenida por La Habana. En Managua le dispensaron trato diplomático al más alto nivel. Lo recibió Tomás Borge, uno de los nueve comandantes de la Revolución y poderoso ministro del Interior.
Más tarde, en 1987, Pablo Escobar traicionó a Lehder y facilitó su captura por las autoridades colombianas, que lo extraditaron a EE UU. Fue condenado a dos cadenas perpetuas, pero cumplió solo 33 años después de negociar una rebaja de pena a cambio de su testimonio contra el ex dictador panameño Manuel Antonio Noriega en un juicio por narcotráfico, en 1992 en un tribunal federal de Miami.
Con información de 14ymedio.com