La Conferencia de la ONU sobre el Clima arranca atrapada entre la emergencia planetaria y el boicot de Trump

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A orillas del río Guamá, donde la humedad amazónica se fusiona con el pulso urbano, la ciudad de Belém, Brasil, acoge la Conferencia de la ONU sobre el Clima (COP30), considerada la cumbre climática más ambiciosa y compleja de la última década. Del 10 al 21 de noviembre, diplomáticos de todo el mundo se reúnen con un objetivo triple y urgente: acelerar el recorte de emisiones, impulsar la adaptación climática y movilizar fondos para combatir la crisis.

11/08/2025. La cumbre arranca bajo la advertencia de que el planeta se encuentra en una situación de emergencia que avanza a pasos agigantados. Diez años después del Acuerdo de París, que prometió mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 grados Celsius, los análisis demuestran que, a pesar de los avances, la promesa está lejos de cumplirse. De hecho, la suma de todos los compromisos políticos presentados hasta ahora sigue estando muy lejos de lo necesario para mantener la crisis dentro del «umbral seguro». El Secretario General de la ONU declaró en la inauguración que “Esta COP debe marcar el inicio de una década de aceleración y resultados”.

La sombra geopolítica del negacionismo

Este encuentro crucial se desarrolla en un escenario geopolítico fracturado por conflictos y crisis, exacerbado por el resurgir de movimientos reaccionarios y de extrema derecha que abanderan el negacionismo climático y el nacionalismo fósil.

El protagonista ausente de la cumbre es, sin duda, el expresidente de EE. UU., Donald Trump, cuya postura ha generado un «vacío de liderazgo climático». Trump, quien previamente anunció la retirada de EE.UU. del Acuerdo de París, decidió no enviar representación de alto nivel a la conferencia. Esta decisión fue calificada por el ministro de Medio Ambiente de Tuvalu, Maina Vakafua Talia, como un “desprecio vergonzoso por el resto del mundo”.

La postura de Washington está en tela de juicio, ya que Trump ha justificado su inacción señalando que su gobierno “no pondrá en peligro la seguridad económica” en busca de “objetivos climáticos vagos”. El temor entre varios gobiernos es que la Casa Blanca intente influir o bloquear acuerdos mediante intervenciones o actividades paralelas, un temor fundado en el antecedente de octubre, cuando Trump frenó un acuerdo en la Organización Marítima Internacional (OMI) sobre un impuesto a las emisiones del transporte marítimo. Funcionarios europeos expresaron preocupación ante la posibilidad de que EE. UU. amenace con restricciones de visado o aranceles a los países que apoyen iniciativas ambiciosas.

Aunque otros países como Argentina, bajo la presidencia de Javier Milei, hicieron un amago retórico de seguir los pasos de Trump, limitaron su gesto en la práctica.

Justicia climática: voces desde la línea de fuego

Mientras la élite política debate, las naciones que ya sufren los efectos más directos del calentamiento global demandaron medidas concretas, colocando la justicia climática como primer punto de la agenda.

Los testimonios ofrecidos por funcionarios de los países más vulnerables fueron crudos. Smith Augustin, diplomático de Haití, cuya nación fue devastada por el huracán Melissa y fuertes lluvias, apeló a los países más ricos para que ayuden a prepararse para tormentas aún mayores. Augustin enfatizó que los pequeños estados insulares y países en desarrollo son los menos responsables del cambio climático.

De manera similar, Kalani Kaneko, ministro de Relaciones Exteriores de las Islas Marshall, describió la situación como una pesadilla: “Ahora el mar sube, el coral muere y la población de peces abandona nuestras costas en busca de aguas más frías”. Desde Kenia, el vicepresidente Kithure Kindiki relató que ciclos de sequías extremas alternadas con inundaciones devastadoras —que antes ocurrían una vez cada siglo— ahora son un evento común, provocando deslaves letales.

El llamado de estas naciones se produce en un contexto de compromisos financieros incumplidos. Los países desarrollados prometieron en la COP29, celebrada en Azerbaiyán, la creación de un fondo de 300.000 millones de dólares para ayudar a los más vulnerables a adaptarse, pero la promesa sigue sin materializarse un año después.

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Brasil asume el liderazgo en medio de la brecha

Ante el bloqueo estadounidense, varios países depositan sus esperanzas en la presidencia de Brasil, bajo el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva. Brasil ha prometido no solo liderar las conversaciones, sino también presionar para lograr resultados «realmente ambiciosos». Una de las primeras medidas anunciadas por el gobierno de Lula da Silva es la creación de un fondo global destinado a la conservación de más de mil millones de hectáreas de bosques en el mundo, mediante una inversión de hasta 125.000 millones de dólares.

La ausencia de Estados Unidos ha sido aprovechada por otros grandes emisores para posicionar su propia agenda. China, el mayor emisor de gases de efecto invernadero en la actualidad, aseguró que su país sí honra sus compromisos, prometiendo acelerar la “transición verde en todas las áreas de desarrollo económico y social». Además, China busca favorecer su agenda financiera, dado que domina el mercado de tecnologías clave para la transformación energética, como baterías y paneles solares. India también se sumó a la crítica, señalando que, mientras que los países en desarrollo toman medidas decisivas, otros (en alusión a EE. UU.) “se quedan cortos”.

El objetivo de la COP30, según Ani Dasgupta, presidente del World Resources Institute (WRI), es «descubrir cómo volvemos al camino correcto». Sin embargo, con el fantasma del negacionismo gravitando en Belém y las tragedias climáticas en aumento (como lo dejó claro el huracán Melissa en el Caribe), la forma misma en que se desarrollan las negociaciones determinará si se puede rescatar la esperanza climática para forjar un acuerdo ambicioso.

Redacción Elena Calzadilla para DHH.

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