La cumbre de la OTAN en La Haya: ¿qué está en juego en la reunión más decisiva de su historia?

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La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) no celebra cumbres por inercia. Cada una suele estar marcada por una tensión histórica específica: la Guerra Fría, el 11-S, la anexión de Crimea o la invasión rusa de Ucrania.

06/24/2025. Pero la que acaba de comenzar en La Haya podría ser la más determinante desde la caída del Muro de Berlín. En un mundo en plena mutación, con conflictos abiertos en varios frentes y una crisis de confianza interna sin precedentes, los 32 aliados se reúnen en un clima de alerta total, bajo la sombra del regreso de Donald Trump a la presidencia de EE UU y con el objetivo declarado de multiplicar el gasto en defensa hasta el 5 % del PIB.

Si bien este compromiso económico ya es motivo de fricción entre varios miembros —como España, que ha obtenido un margen de flexibilidad para no asumir de lleno ese porcentaje—, el foco de tensión más grande no se encuentra en las cifras, sino en la figura impredecible del presidente estadounidense. Trump ha llegado a la cumbre rodeado de sospechas, cuestionamientos sobre su compromiso con la defensa colectiva y con el precedente de haber amenazado con retirar a Washington de la Alianza en su primer mandato.

La gravedad del momento no se disimula. El ataque estadounidense del pasado fin de semana contra instalaciones nucleares iraníes y la respuesta de Teherán —con misiles lanzados contra una base militar en Qatar— han convertido a Oriente Próximo en una bomba de relojería. Con Moscú observando y Pekín analizando cada movimiento, los aliados europeos se ven forzados a maniobrar entre la diplomacia, la disuasión militar y el intento de no irritar a un Trump que exige lealtad, pero ofrece pocas garantías de reciprocidad.

El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, ha diseñado la cumbre con la intención clara de “apaciguar a la bestia” que representa no sol Trump, sino la coalición con intereses dispares que sostiene su movimiento MAGA al frente de la Administración de EE UU. Al centrar la agenda en el gasto militar y evitar discusiones públicas sobre Ucrania o Irán, se pretende minimizar el riesgo de una ruptura. Sin embargo, la realidad ha vuelto la estrategia insuficiente. Las exigencias de Trump —que el resto de miembros dupliquen su gasto militar mientras él exime a EE UU de hacerlo— han generado fricciones incluso entre los aliados más leales, como Bélgica o Italia, que no ven viable alcanzar el 5 % del PIB ni en el plazo de una década.

Trump, por su parte, sigue oscilando entre la crítica abierta y la ambigüedad calculada. Ha dejado claro que no cree necesario que EE UU eleve su gasto militar, pero sí que lo hagan los demás. Una estrategia que alimenta el malestar interno y pone en entredicho la viabilidad de la declaración final, que debería identificar a Rusia como la amenaza principal. Europa, en consecuencia, se ve obligada a prepararse no solo para asumir más carga defensiva, sino para un posible escenario sin Washington como garante de su seguridad.

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Una Europa más autónoma en defensa

El simbolismo es inevitable: la OTAN nació en 1949 con EE UU como columna vertebral, y ahora se plantea, por primera vez desde la Guerra Fría, la posibilidad real de tener que sobrevivir con una musculatura distinta. Alemania y Polonia ya han anunciado planes para expandir significativamente sus fuerzas terrestres, mientras Francia y Países Bajos apuestan por inversiones masivas en infraestructura militar, incluyendo ciberseguridad y puertos duales. Incluso Reino Unido, aunque no haya fijado el 5 % como meta, prepara el terreno para un aumento sustancial del presupuesto de defensa.

A esta presión interna se suma una amenaza exterior cada vez más concreta. Según Rutte, Rusia podría estar en condiciones de atacar a un país de la OTAN en menos de cinco años. La economía rusa está movilizada para la guerra, y Moscú no esconde su ambición imperial. China, por su parte, acelera sus movimientos en el Indo-Pacífico y sigue estrechando lazos con Moscú. En este contexto, el tiempo no juega a favor de una OTAN atrapada entre las dudas de sus líderes y la inestabilidad de su principal aliado.

El operativo de seguridad desplegado en La Haya —bajo el nombre “Escudo Naranja”— es el mayor de la historia del país. Con más de 40 líderes, decenas de ministros y 27.000 agentes movilizados, la cumbre también es un ensayo logístico sin precedentes. La ciudad ha quedado blindada, el tráfico aéreo y terrestre restringido, y la posibilidad de ciberataques o campañas de desinformación ha sido contemplada desde hace más de un año.

La unidad de la Alianza Atlántica en juego

Mientras tanto, la agenda oficial de la cumbre transcurre entre cenas diplomáticas y reuniones técnicas. El presidente ucraniano Volodímir Zelenski, con un papel secundario pese a ser el líder del país más golpeado por la agresión rusa, solo ha sido invitado a la cena de gala con los reyes Guillermo y Máxima. No habrá sesión específica sobre Ucrania a nivel de jefes de Estado, y eso también envía un mensaje ambiguo a quienes luchan en el frente oriental por valores que la Alianza afirma defender.

El resultado final dependerá, como en tantas otras ocasiones recientes, del humor del presidente estadounidense. Si decide rubricar la declaración final, podría abrir la puerta a una OTAN más robusta, cohesionada en torno al principio de corresponsabilidad en el gasto. Si se desmarca o cancela su presencia en el último minuto, la imagen de la Alianza sufrirá un golpe devastador.

A la espera de ese desenlace, no cabe duda de que esta cumbre pasará a la historia. Puede ser el momento en que Europa empiece a caminar sola en materia de defensa, o el inicio de una nueva era de incertidumbre estratégica. La gran paradoja es que, en su intento por evitar una nueva Guerra Fría, la OTAN se ha topado con los dilemas más crudos que no enfrentaba desde entonces. Y esta vez, sin certezas al otro lado del Atlántico.

Con información de mundiario.com

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