Hoy comienza el triduo pascual
El Triduo Pascual es el periodo de tiempo que va del Jueves Santo al Domingo de Pascua en el que se conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Son los días más importantes de la Semana Santa. Esta celebración comienza en la tarde del Jueves Santo con la Misa in Coena Domini, que conmemora lo que sucedió en la Última Cena.
Desde este jueves la Iglesia Católica celebra la etapa cumbre de la Semana Santa: el Triduo Pascual o tres días de actividades fuertes para la feligresía que culmina con el domingo de resurrección.
Este jueves inicia el triduo con la misa crismal que encabeza el obispo y en la que se bendicen los óleos que serán utilizados durante el año siguiente para bautismo, la confirmación, unción los enfermos y ordenación sacerdotal. Los aceites son entregados a cada parroquia de la diócesis durante la misa que se celebra en horas de la mañana.
Jueves Santo
En la misa vespertina del Jueves Santo celebramos la cena del Señor. La antigua liberación de los hebreos se ha hecho realidad definitiva gracias a Jesús, el cordero de la nueva pascua. San Pablo recuerda cómo Jesús entregó su propia vida en la entrega del pan y del vino. “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros… Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre”. San Pablo VI, consideraba que estas palabras tan breves y densas, son a la vez muy sencillas y profundas. Con razón, en cada eucaristía, anunciamos, su muerte, proclamamos su resurrección y manifestamos nuestro deseo de que venga a juzgar a los vivos y los muertos, completando su obra de salvación.
La lectura del evangelio de Juan (13,1-15) nos presenta a Jesús, lavando los pies a sus discípulos, para darnos ejemplo de humildad y de mutuo servicio en el amor. Así dice Jesús: “Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.
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En la celebración vespertina del Jueves Santo, recordamos y agradecemos la institución de la eucaristía, la misión del sacerdocio ministerial y el mandato supremo del amor mutuo, a ejemplo de Jesús. Estos tres dones centran nuestra meditación en este día sagrado. Por ellos damos gracias en la adoración eucarística de esta tarde-noche. En ella meditamos las palabras que el prefacio de hoy refiere a Jesús: “Su carne, inmolada por nosotros, es alimento que nos fortalece; su sangre derramada por nosotros, es bebida que nos purifica”.
En este día del amor fraterno nos preguntamos a qué hermanos deberíamos mostrar nuestro amor cristiano, por medio de gestos fácilmente perceptibles como los de Jesús.
Viernes Santo
La celebración de la Pasión del Señor incluye hoy el cuarto de los cánticos del Siervo de Dios. El profeta, elegido por Dios y enviado a proclamar la paz y la justicia, se nos presenta hoy como un “hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros”. Él es el justo injustamente condenado: “Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca”.
La lectura de este poema, precisamente en la tarde del viernes santo, prepara nuestro espíritu para la meditación de la pasión y muerte de Jesús. En ella se nos dice que los que asistían a su crucifixión se burlaban de él y le invitaban a bajar de la cruz. Pero su verdadero descenso había sido ya la encarnación. Entonces asumió la suerte humana y ahora aceptaba la muerte humana. En ninguna de las dos decisiones quedó disminuida su divinidad.
En el Señor crucificado se nos revela la plenitud del amor de Dios. Según Benedicto XVI, la cruz de Cristo es la nueva zarza ardiente, en la que se nos muestra Dios. Bien sabía Pablo de Tarso que el crucificado era escándalo para los judíos y necedad para los griegos. Pero para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo crucificado es fuerza y sabiduría de Dios. Ante la cruz de Jesús recordamos a tantos hermanos nuestros que se ven obligados a cargar con las cruces más pesadas y hasta son condenados a muerte.
Hoy contemplamos al Crucificado y damos gracias a Jesús por haberse humillado y hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Dirigimos, además, una mirada compasiva a este mundo que pretende retirar la imagen del Crucificado, como si de ella viniera una maldición y no una bendición.
En este día de ayuno y abstinencia, ofrezcamos hoy nuestra ayuda económica a los hermanos que, en medio de tantas dificultades, viven y mantienen su fe en los Santos lugares de la Tierra Santa.
Sábado Santo
En el silencio del Sábado Santo acompañamos a María en su soledad y meditamos el descenso de Cristo a la morada de los muertos. Jesús ha asumido nuestra condición humana y ha aceptado el misterio de la muerte. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto“ (Jn 12,24). Pero al atardecer del sábado entraremos en el templo a la luz de nuestras velas que reciben su luz del cirio de la pascua.
La abundante palabra de la Sagrada Escritura nos invita a recorrer la historia de la Salvación. La creación del mundo y la creación del hombre marcan el inicio de la intervención de Dios en la historia humana. Esa historia pasa por la liberación de Israel y por el anuncio profético de un corazón nuevo. El relato evangélico que es proclamado en esta noche santa nos invita a acompañar a dos mujeres que se dirigen al sepulcro de Jesús. No encuentran su cuerpo. Un ángel les desvela el misterio de esa ausencia. Jesús ha resucitado como lo había dicho.
La constatación del hecho de la resurrección se convierte en noticia que han de trasmitir las mujeres a todos los seguidores de Jesús. El evangelio de Mateo, que se proclama este año, deja constancia de que Jesús les sale al encuentro para invitarlas a la alegría y a la superación del miedo. “No tengáis miedo; id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”. Con esa nueva fortaleza han de anunciar el mensaje que les ha sido encomendado. Todo nos hace pensar que esta palabra se proclama para nosotros. Nosotros hemos recibido la revelación de la resurrección de Jesús. Nosotros participamos de la alegría pascual. Nosotros hemos de anunciar esta buena noticia a todos nuestros hermanos.
Alborea el primer día de una nueva semana que no tendrá fin. Con toda la Iglesia pedimos el don de una nueva vida: “Oh Dios, que iluminas esta noche santa con la gloria de la resurrección del Señor, aviva en tu Iglesia el espíritu filial, para que renovados en cuerpo y alma, nos entreguemos plenamente a tu servicio. Por Cristo nuestro Señor. Amén”.
En el cirio pascual, cuya luz compartimos esta noche, contemplamos al Cristo resucitado. En el cirio vemos esta noche la imagen de Cristo que ilumina las tinieblas del mundo. E ilumina también las tinieblas que a veces se apoderan de nuestro corazón. “Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”. El solemne pregón pascual canta la grandeza de esta noche en la que la oscuridad es vencida por la luz, y el pecado es vencido por la gracia.
El Señor resucitado nos ha llamado para ser testigos de su vida y anunciadores de la gran esperanza. Hemos de comprometernos en ese anuncio. Él nos acompaña por el camino. Amén. Aleluya.
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