«Trump y Harris han sido peores que sus equipos de campaña»
Esta es una entrevista realizada a José Ángel Abad, periodista que ha informado sobre seis elecciones presidenciales en Estados Unidos, por Tino Pertierra para www.lne.es. Esta es su vision de Kamala Harris y Donald Trump.
11/03/2024. Ha informado sobre seis elecciones presidenciales en Estados Unidos. José Ángel Abad (Gijón, 1971) dispone de unas vistas privilegiadas sobre unos comicios de los que el próximo martes estará pendiente el mundo entero. O casi. Abad, que vivió un verano muy especial como pregonero de la Semana Grande en Gijón, contaba el 17 de julio pasado en redes sociales: «Permítanme una nota personal: hoy es mi 25.º aniversario como corresponsal. He cubierto casi de todo intentando contarlo de modo objetivo, honesto, claro y rápido y he aprendido que no hay periodismo si no hay quien te escuche y respete tu palabra». Con ustedes, un gran asturiano y un gran periodista para analizar unos días históricos.
–¿Se percibe en el aire la abundancia de indecisos?
–Los indecisos son como las meigas. Se sabe que existen pero no está muy claro dónde están. Los números lo explican. Ambas campañas calculan que hay alrededor de solo un 5% de indecisos entre todos los votantes probables y eso equivale a menos de 9 millones de estadounidenses. La experiencia demuestra que el 40% de ellos acaban no votando, así que solo poco más de 5 millones de indecisos votarán al final. Pero eso es en todo el país, y realmente los únicos que cuentan son los votantes indecisos de los 7 estados donde no está claro qué candidato puede ganar. Así pues estamos hablando de alrededor de 1 millón de votantes. Más aún, solo una pequeña parte, el 10% de indecisos que vota, suele votar a un partido diferente de las elecciones anteriores.
–Por tanto…
–A final son solo unos 100.000 estadounidenses repartidos por 7 estados quienes pueden tener la última palabra. La razón de que siendo tan pocos y su voto sea tan importante es porque las encuestas indican que las diferencias entre ambos candidatos son mínimas en esos siete estados. Esto, a su vez, nos lleva a otra paradoja: esta es también una campaña de movilización. Ganará quien consiga no solo atraer a los indecisos, sino también movilizar a su base y este es un problema particularmente mayor para los demócratas.
–¿La igualdad que muestran las encuestas es real?
–Todas las encuestas coinciden en que las diferencias son más ajustadas que nunca, pero, en realidad, este es un juego sin mucha trascendencia. Las encuestas indican apoyo popular, es decir, cuántos votos en total va a sacar cada candidato. Pero esto no es lo más importante porque las elecciones no se ganan por número de votos sino por número de votos electorales. Imaginemos que cada uno de los 50 estados tiene asignado un valor en puntos según su población. Bueno, pues cada uno de esos puntos es un voto electoral (en realidad, son personas llamadas electores y designadas de antemano por cada partido). La suma total de votos electorales de todos los estados es 538 y, por tanto, las elecciones las gana quien saca la mitad más uno, es decir, 270 votos electorales (incluso es posible, aunque muy improbable, que hubiera empate, en cuyo caso sería el Congreso quien designaría presidente por un procedimiento que favorecería a los republicanos).
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–¿En la práctica?
–Los únicos votos electorales que no se sabe quién los va a ganar son los de los estados indecisos y, por tanto, las únicas encuestas que de verdad importan son las de los estados indecisos. Y, esta es la cuestión más importante a tener en cuenta: es enormemente complicado hacer encuestas fiables en los estados indecisos porque las muestras de votantes son pequeñas y, efectivamente, las diferencias entre uno y otro candidato siempre están dentro del margen de error. Precisamente por eso se les llama estados indecisos.
–¿Con Biden los demócratas no tenían nada que hacer?
–No había nadie en el mundo que viera a Biden y no tuviera dudas. Esas dudas eran aún mayores viéndole de cerca. ¿De verdad este hombre está para cuatro años más?, nos preguntábamos todos, colectivamente. El debate con Trump fue una revelación inapelable. De pronto no hacía falta preguntarse si podía aguantar cuatro años más sino más bien si estaba bien solo para resistir unos meses. Probablemente la historia no juzgue a Biden con generosidad.
–¿Por qué?
–Tuvo numerosas oportunidades de retirarse con honor tras haber ganado a Trump en 2020 y liderar luego en 2022 el buen resultado de los demócratas en las elecciones al Congreso. Pero con el control del Partido Demócrata en sus manos, se empeñó en continuar, sabiendo que nadie se atrevería a provocar un cisma. Encima, había ganado las elecciones anteriores dando claramente a entender que sería un presidente de un solo mandato. Al final, ha obligado a su partido a improvisar una candidata a última hora y sin poder darse a conocer durante el habitual proceso de primarias.
–El mundo artístico e intelectual apoya mayoritariamente a Kamala.
–Tiene el mismo valor que cuando en España Alejandro Sanz, Massiel, Julio Iglesias o Víctor Manuel dicen por quién van a votar. Es un efecto claramente limitado. Y, además, estas estrellas siempre votan por el mismo partido. Por ejemplo, Bruce Springsteen, Beyoncé o Taylor Swift apoyaron a Hillary en 2016 y perdió las elecciones. Lo que sí es cierto es que, naturalmente, no hace daño.
–¿Tiene algo positivo que el voto popular no sea decisivo?
–Puede parecer injusto que las elecciones no las gane quien más votos saca sino quién más votos electorales consigue. Pero hay que hacer dos puntualizaciones importantes. Una es que los votos electorales se adjudican en función de la población de cada Estado. Y, dos y más crucial: las reglas son las mismas para todos y todos juegan de acuerdo a ellas. Por ejemplo, si las elecciones se ganaran por voto total –es decir, si fuera presidente quien sacara más votos sin más– pues, Trump, por ejemplo, haría más campaña en California, donde apenas la hace porque sabe que no va a ganar ese Estado y, por tanto, no va a sacar ningún voto electoral y le da igual perder por 50.000 votos que por 1 millón.
–¿Y si se ganara por votos?
–Trump haría campaña en California para perder en ese estado por menos. Harris también haría campaña en otros estados donde sabe que va a perder por mucho y no le importa.
–¿Los últimos errores de los republicanos con Puerto Rico, con los judíos o en temas de racismo les pueden pasar algo de factura?
–Esta es una de las grandes incógnitas de esa fase final de la campaña. Los republicanos han tenido una gran campaña. Han crecido cuando cuenta, al final. En realidad, los demócratas también han tenido una campaña extraordinaria, consiguiendo elevar sus expectativas de voto de manera inmediata tras sustituir a Biden. Esto me lleva a una puntualización relevante: ambos equipos de campaña han sido mejores que sus candidatos.
–Es decir…
–Un problema central para ambos partidos es que sus candidatos han sido peores que sus equipos de campaña y sus estrategias. Trump continuamente ha socavado los mensajes que más apelan a sus votantes con interferencias improvisadas de carácter personal y declaraciones estrambóticas. Harris continuamente se ha mostrado con una capacidad de atracción y convencimiento notablemente inferior al rechazo que genera la figura de Trump entre sus votantes potenciales. El efecto Kamala se agotó en octubre y desde entonces Trump se ha recuperado en las encuestas. Solo los insultos a Puerto Rico y a los hispanos han cuestionado esa recuperación electoral. Pero nadie sabe en qué medida. Sí se sabe que Trump, a lo largo de su carrera política, ha protagonizado incontables escándalos y polémicas sin que, a la hora de la verdad, ninguno le haya supuesto un problema decisivo.
–Si Trump perdiera, ¿se repetirían sus intentos de impugnarlo todo?
–Él mismo insiste en que solo puede perder si la votación no es limpia. La mitad de los votantes republicanos también declara que debe impugnar los resultados si pierde. Y razones siempre se van a encontrar. Uno de los mejores analistas de la realidad estadounidense fue Alexis de Tocqueville publicando en 1840 su libro «La democracia en América». En él describe con admiración la Constitución americana, pero también advierte que ninguna constitución es capaz de prever todos los posibles problemas que se van a presentar en la vida de un país y que, por ello, una constitución solo tendrá éxito en la medida es que los ciudadanos estén comprometidos a respetar el espíritu de esa constitución.
–¿Se respeta hoy?
–En Estados Unidos ese respeto ha sido clave para que, pese a una guerra civil, la Constitución haya tenido una vigencia tan larga. Pero ese espíritu está claramente en cuestión hoy día. El sistema y las instituciones están en cuestión y las amenazas de no respetar el resultado alegando –como en 2020– un pucherazo que ningún tribunal ha visto es prueba de ello.
–La carrera de Trump en los juzgados, ¿le fortalece con sus seguidores?
–¡Por supuesto! Sus seguidores entienden que ha sido perseguido judicialmente durante los últimos cuatro años y, naturalmente, es imposible aclarar esta cuestión de manera inapelable. Pero un aspecto interesante es recordar que Trump no tiene en juego solo el ganar el poder político sino también el ganar en los tribunales, e incluso su libertad. El 26 de noviembre tiene que presentarse en un juzgado de Nueva York para escuchar la sentencia en el caso en el que ha sido declarado culpable. Si gana las elecciones, su condición de presidente electo es muy probable que le sirva para que sus abogados consigan una nueva apelación o postergamiento sine die. Pero si las pierde, el proceso de sentencia continúa y la privación parcial o total de libertad es una posibilidad real.
–¿Qué es lo más absurdo que ha presenciado en esta campaña?
–Más que absurdo hablaría de llamativo. Y lo más llamativo que he visto en esta campaña es el convencimiento muy sólido de los votantes republicanos de que van a ganar las elecciones y, por el contrario, las dudas muy evidentes de los votantes demócratas sobre sus propias opciones. Diría más, sienten miedo a una victoria de Trump. Y esto lo he presenciado a lo largo de todo el proceso electoral, desde las primarias en invierno en Iowa o New Hampshire, hasta las convenciones en verano y ahora los mítines de campaña, incluidos los dos claves –y a los que acabo de asistir– de Donald Trump en el Madison Square Garden de Nueva York y de Kamala Harris en la Elipse detrás de la Casa Blanca en Washington DC.
–De ganar Trump, ¿veremos una legislatura distinta a la primera?
–De ganar Trump se aclarará algo curioso e importante en la historia americana. Ahora mismo no está claro quién ha sido una anomalía en la vida política de este país, si Barack Obama o Donald Trump. Ambos han sido presidentes imprevistos que nadie podía imaginar de antemano que llegaran tan lejos y con tantas consecuencias. Ahora, si Kamala Harris gana se consolidará de modo inapelable un paso hacia la izquierda dado por el pueblo americano, pero, especialmente, haciendo que llegue más lejos que nunca una coalición de votantes en las que las minorías raciales tienen el peso decisivo. La primera presidencia Trump habría sido una anomalía en ese proceso.
–¿Y al revés?
–Si Donald Trump gana ahora por segunda vez, la presidencia de Obama habrá sido una anomalía frente a un candidato heterodoxo que promete conquistar el futuro dejando atrás todo el progresismo posible. Eso es parte de lo que sabremos la semana próxima.
Con información de lne.es