Donald Trump es oficialmente aspirante al Premio Nobel de la Paz de 2025. Su candidatura ha sido formalmente presentada en dos ocasiones: primero por el gobierno de Pakistán el 21 de junio y, posteriormente, por el congresista estadounidense republicano Buddy Carter, quien envió una carta a Oslo el pasado martes 24 de junio.

06/28/2025. Redacción DHH.
Estas nominaciones cumplen con los estatutos del Nobel, que habilitan a miembros de asambleas nacionales y gobiernos de estados soberanos para presentar candidatos.
Candidatura oficial: ¿Un derecho adquirido o una queja antigua?
La ambición de Trump por el Nobel de la Paz no es un secreto, y él mismo ha argumentado que lo merece tanto o más que Barack Obama, galardonado en 2009. En discursos pasados, Trump ha manifestado su frustración, declarando que «Si yo me llamase Obama, me entregarían el Premio Nobel en diez segundos». Ha reiterado su convicción de merecer el premio, lamentando que «Nunca me darán el premio Nobel. Es una pena. Lo merezco, pero nunca me lo darán a mí». Aunque recientemente afirmó que no importaba si lo ganaba, pues «la gente lo sabe y eso es todo lo que me importa».
Trump ha citado al menos cinco conflictos supuestamente «intratables» donde sus habilidades como mediador o «dealmaker» habrían logrado lo que parecía imposible: el cese de ataques entre Israel e Irán, entre India y Pakistán, entre la República Democrática del Congo y Ruanda, y entre Egipto y Etiopía. También ha mencionado su papel en la distensión entre Serbia y Kosovo. Sin embargo, el analista Michael Hanna del ‘think tank’ Crisis Group, expresa escepticismo, señalando que «Se hace difícil imaginar que le den el Nobel […] por tratarse de alguien que no se siente sujeto a obligaciones internacionales; es más, que pone un particular interés en alterar el orden internacional». Aún así, Hanna reconoce la existencia de «casos ‘pintorescos'» en la historia del galardón.
Más Allá de la Tregua: Vanidad, Minerales Raros y el Orden Internacional Alterado
El análisis de los conflictos mencionados por Trump revela una perspectiva compleja. En el caso del reciente enfrentamiento entre Israel e Irán, Hanna admite que Trump fue decisivo debido a su relación con Israel, lo que le dio la «capacidad de modular su toma de decisiones», algo que, según él, Joe Biden no tenía. La irritación pública de Trump hacia Israel tras los ataques a la nación persa, horas después del anuncio del alto el fuego, se consideró clave.
Por otro lado, el papel de Trump en el conflicto entre India y Pakistán es menos claro. Si bien Pakistán respaldó la nominación de Trump basándose en su «intervención decisiva y el liderazgo fundamental» que «redujo una situación que se deterioraba rápidamente, asegurando en última instancia un alto el fuego y evitando un conflicto más amplio», India desmintió indirectamente la mediación de Trump, mostrando incluso «furor» por sus afirmaciones.
Respecto al conflicto entre la República Democrática del Congo y Ruanda, Hanna sugiere que ambos países «estaban ansiosos por llegar a una tregua» y que Trump simplemente les «ofreció un marco perfecto»: una ceremonia de fin de hostilidades celebrada en la Casa Blanca.
Las motivaciones de Trump para implicarse en estos conflictos, según los analistas, son diversas. En primer lugar, se apunta a la «vanidad» y su «autopercepción como negociador y como hombre singularmente cualificado para acabar conflictos». Sin embargo, también se destacan sus intereses, que se enmarcan en lo que se denomina «diplomacia transaccional». En el caso del Congo y Ruanda, se subraya el «apetito por los minerales raros, abundantes en el Congo y de los que está urgentemente necesitado Estados Unidos». Esta misma búsqueda de minerales habría estado detrás de las presiones sobre el ucraniano Volodímir Zelenski para que «aceptase lo que parecía una rendición ante Rusia». No obstante, en ese conflicto, las habilidades de mediador de Trump resultaron insuficientes, ya que las exigencias de Putin eran «inasumibles».
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Finalmente, su «presunta mediación» en Gaza «sorprendió al mundo entero» al ofrecer a los palestinos un «autoexilio a países árabes» que los «acogerían gustosos» (ninguno dio un paso al frente), mientras prometía una «Riviera» palestina construida sobre los escombros de la guerra, donde florecerían proyectos inmobiliarios afines a la familia Trump.
A medida que la fecha del anuncio se acerca, la cuestión no es solo si Trump merece el premio, sino qué implicaciones tendría su posible obtención para la definición misma de la paz y la diplomacia internacional.
Redacción de DHH.
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