Aporía Venezolana: el laberinto sin salida del 25 de mayo

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Opinión del periodista Tony Romero L.

05/17/2025. Tony Romero L.

Hay conceptos filosóficos que, aun siendo milenarios, describen con exactitud quirúrgica los nudos existenciales de nuestras sociedades contemporáneas. Uno de ellos es la aporía: esa situación en la que el pensamiento se topa con un callejón sin salida lógico, donde cualquier opción que se tome lleva a una contradicción. Una especie de trampa circular de la razón y la acción.

El término proviene del griego aporia (ἀπορία), que significa literalmente “sin paso” o “sin camino”. Fue utilizado por los filósofos clásicos, donde el método llevaba a los interlocutores a una posición de duda insalvable: creían saber, pero tras el diálogo descubrían que no podían sostener racionalmente sus afirmaciones. La aporía, lejos de ser un fracaso, era el punto de partida para el pensamiento crítico.

Más adelante, pensadores como Aristóteles la sistematizaron en términos de paradojas lógicas y disputas sin solución, de alguna manera es la imposibilidad de resolver ciertos dilemas éticos y políticos con las categorías tradicionales. La aporía, en este sentido, se convierte en un abismo dentro del cual habita la oposición venezolana.

Hoy, Venezuela —o mejor dicho, la oposición política venezolana— se enfrenta a su propia aporía histórica, y lo hace de cara al proceso electoral convocado para el 25 de mayo de 2025. Un proceso que no es nuevo ni sorpresivo, sino la repetición agónica de un bucle en el que los actores políticos debaten entre dos opciones igualmente insatisfactorias: participar en unas elecciones bajo condiciones injustas o abstenerse, con el riesgo de quedar aún más irrelevantes.

La primera vía: votar bajo un sistema asimétrico

Los sectores de la oposición que abogan por la participación sostienen que la vía electoral, por imperfecta que sea, es la única disponible. Alegan que abandonar el terreno de las urnas equivale a ceder totalmente el espacio político al oficialismo, y que, aunque el árbitro esté parcializado, siempre es posible convertir la elección en un evento de movilización popular.

Sin embargo, esta postura conlleva su propia contradicción: al participar, se corre el riesgo de legitimar un sistema electoral profundamente desbalanceado, con candidatos inhabilitados, tiempos mediáticos restringidos y una estructura institucional controlada por el chavismo. Es una apuesta que, aun si es masivamente respaldada, difícilmente tiene garantías mínimas de transparencia o de alternancia.

La segunda vía: abstenerse y denunciar

Del otro lado están quienes consideran que participar sería caer en una trampa. Argumentan que el proceso está viciado de origen, que el juego está arreglado, y que ningún resultado cambiará la correlación de fuerzas si no hay presión internacional o una ruptura interna del aparato oficialista. Para ellos, abstenerse es deslegitimar el teatro electoral y mantener una postura ética frente a lo que consideran un fraude anunciado.

Pero aquí también habita una paradoja: ¿cómo se ejerce presión política sin participación ciudadana? ¿No se corre el riesgo de entregar el control total del país al oficialismo, con una oposición autoexcluida y una base social frustrada? En otras palabras, ¿cómo se moviliza una esperanza sin una acción concreta?

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El corazón de la aporía

Ambas posiciones contienen elementos válidos, pero al mismo tiempo se anulan mutuamente en el terreno de los hechos. Participar legitima, pero no participar abandona. Votar mantiene viva la idea de cambio, pero también normaliza la desigualdad. Abstenerse denuncia el sistema, pero también se convierte en un gesto simbólico sin consecuencias inmediatas.

Esto no es simplemente un dilema táctico. Es una aporía política, en el sentido más profundo del término: un punto en el que las herramientas tradicionales del pensamiento y de la acción se revelan insuficientes. Y el resultado no es parálisis por indecisión, sino desgaste, frustración y descomposición del tejido político.

¿Qué hacer ante una aporía?

La filosofía enseña que las aporías no se resuelven con una respuesta binaria. Requieren una reformulación del problema, una transformación del marco desde el cual se piensa y se actúa. En el caso venezolano, eso implica repensar la oposición no como un bloque electoral que decide entre sí o no, sino como una fuerza social más amplia que articule un nuevo relato colectivo.

Eso pasa por:

  • Reconstruir confianzas.
  • Diseñar nuevas formas de legitimidad.
  • Superar el eterno péndulo entre “todo o nada”.
  • Y sobre todo, dejar de buscar salidas en esquemas repetidos que ya no responden a la realidad del país.

Nunca me he considerado un analista, ni siquiera alguien que da consejos o puede proyectar un camino, pero quiza la persona que ha logrado construr un camino distinto a esto planteado es Manuel Rosales, habría que esperar el 25 de mayo para corroborarlo, aunque este comentario me traiga frases lacerantes contra mi humilde opinión.

El desafío de la oposición venezolana no es solo decidir si participa o no el 25 de mayo. Es superar la aporía en la que ha quedado atrapada desde hace años: esa en la que cualquier movimiento parece conducir a la impotencia, y cualquier decisión parece contener su propia negación.

Y en ese terreno de incertidumbre, donde lo racional se desgasta y lo moral se tambalea, se definirá el futuro inmediato del país.

Tony Romero L.

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